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CUATRO POEMAS INÉDITOS DE HÉCTOR ROSALES / EXCLUSIVO DESDE BARCELONA


Héctor Rosales nació en Montevideo en 1958, y está radicado en Barcelona desde 1979.
Incluido en antologías, catálogos, libros colectivos y publicaciones nacionales e internacionales, algunos de sus textos se han traducido al francés, portugués, catalán, gallego, polaco, italiano, inglés y alemán.

Entre otros libros, ha publicado: Visiones y agonías (Barcelona, 1979), Espejos de la noche (Madrid, 1981); Desvuelo (Montevideo-Barcelona, 1984), Habitantes del grito incompleto (Montevideo, 1992) y Mientras la lluvia no borre las huellas (Barcelona, 2002).

Ha colaborado en numerosas revistas de arte y literatura de distintos países y es autor de las antologías Voces en la piedra iluminada / Diez poetas uruguayos (Toledo, 1988), Chapper, las espinas del verso (Montevideo, 2001) y Nadie dude el lucero / Rolando Faget  (México, 2009).

Web oficial: www.hrosales.com

Si bien estos textos (exceptuando “Culpables”) han sido difundidos en revistas, blogs, postales digitales e impresos diversos, todavía no están publicados en libros del autor.
Recientemente se incluyeron en un tríptico con el título “Cuatro poemas inéditos” (Montebarna ediciones, Barcelona, julio 2015) para su empleo en varios talleres literarios.



I / PRESENCIA DE LA MÁSCARA

Islas: tanta claridad es misterio.

IDA VITALE

Su mutismo borraba las jaranas, los taconeos
cercanos al traspié, los acertijos que anoche pisaron
adoquines en aquella romana esquina gris.

Apretado y perfecto el carmín, más rojo
que la cabellera de plumas lloviendo sobre el antifaz
dorado, con algo de ese sol a su mañana esquivo;
muy negras, rotundas, las hojas negras
de sus pupilas, la capa bajando
en impecable caída hasta la ausencia de piernas;
mientras una blancura turbadora dibujaba
su cariz contra el tumulto de la calle.

Así la máscara, preparada para oferta,
al lado de la puerta de un comercio que ignoraba
la respiración de tal mercancía.

Indagué al pasar el absorto perfil,
su probable vida, sus sueños de fiesta, su espera,
y lo que habríanle murmurado al rechazarla.

La besé con el disparo de la foto.

Y no le dije adiós al dejarla, casi cabizbaja ante
la inminencia del frío, ante las antiquísimas columnas
que aún soportaban los restos de los restos de argollas,
caballos, carruajes y armas implicadas en siglos
y pretensiones de gloria.

No le dije adiós. Y permaneció sin la menor sombra,
impávida frente a las farsas y la providencia, sin nadie,
sin nadie, con todos nosotros.

Roma, 12 / 2008



II / CULPABLES

Lo debemos asumir, piedra intratable
horadando nuestro tejado, mano
que desligada del brazo
se vuelve puño contra su pecho
ya vaciado de afán:

Estar es terminar
aceptando
lo que no podemos corregir.

Entonces y ahora cómplices
del viento aborrecido
en los espejos. Encorvados
barriletes en cielos y dedos
y días forasteros.

Las circunstancias
entrelazan el nudo, colocan
los filos, indican la ruta
preferida del veneno.

Lo debemos asumir, quitando
el injusto estigma sólo dispuesto
por cobardes, adocenados
devotos de la incomprensión:

Aquí, en este ciego soplo
donde nos crían los desgastes,
el menor culpable
es el suicida.

Barcelona, 2012/ mayo 2015



III / EL INCENDIO

Escuché los gritos de los árboles
en el incendio, el reseco bramido
de la humareda, la coral fundida
del bosque fraterno. Quedé solo.
Nada pude hacer. Ni la primavera,
oyente de luto, viuda inesperada.
Años, aves, albas, vientos, todos
fuimos hojas, ojos cerrados, ramas
del esqueleto intacto de la noche.

Barcelona, agosto 2011



IV /  LA ROSA

La rosa de mi nombre, la que ha sido
niño y joven escalando alboradas; la soga
y la cumbre aciagas de los equilibristas.
La inmarcesible rosa borgeana; la que ocupa
el adiós, un suspiro del invierno, alguna espina.

Aquella que se burla si las fieras buscan oro
en lodazales; la que funda con lluvia espejos
goteadores de rostros sobre tierra umbría.

La rosa intocable de Jiménez, en patios del sur
notoria, cuando la frente admite el tacto medicinal
de los ensueños.

Flor sin hogar fijo en el vaivén de mi linaje; fantasía
de la sangre; rumbo de las hojas hacia el fuego.

La rosa de mi nombre no me nombra, no soy
su asunto encrucijado, nadie que consuele; tan solitaria,
quiere otro vigor para trocar mudez y encender canto.

Nadie, pues, ninguna rosa en este Rosales, extraviado
en jardín donde voz, pensamiento y acción (pétalos
sin más) se debaten ante el viento invulnerable.

Ahora y en la hora de tu reino, mi pobre muerte,
en crudos documentos caducados, en renglones voraces,
detrás de los libros o macetas o pañuelos,
quizás veas una herida que fue mano
alzar nueva rama, un gorrión rojo,
una promesa de verano.

Si la espina ha florecido, quizás me perdone la rosa
por haberla evocado.


Barcelona, agosto 2008

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