por
Gregorio Belinchón
Iba
para sacerdote y luego para pintor, pero acabó convertido en un gurú del cine
de autor europeo. Títulos como ‘Cielo sobre Berlín’ o ‘París, Texas’, en el
campo de la ficción, y ‘Buena Vista Social Club’ o ‘La sal de la tierra’, en el
género documental, forjaron una carrera que ahora se prolonga en ‘Inmersión’:
una historia de amor con el terrorismo yihadista como telón de fondo. El
presidente de la Academia de Cine Europeo prepara además una película sobre el
papa Francisco.
A WIM WENDERS
(Düsseldorf, 1945) le gusta recordar que su personalidad nació del choque entre
dos individuos casi antagónicos: por un lado, el muchacho que estudió medicina y
filosofía y se planteó muy seriamente ordenarse sacerdote; por otro, el
veinteañero que en 1966 estuvo un año en París durante un curso y aprovechó
para ver películas en la Cineteca Francesa todos los días. “Algo de todo
aquello quedó en mí, obviamente. Ahora bien, ¿cuánto?”, ríe sosegadamente.
El actual presidente de la Academia de Cine Europeo es uno de los grandes del género de
autor con títulos como París, Texas; Cielo sobre
Berlín, El miedo del portero ante el penalti o Llamando a las puertas del cielo. Wenders ha sabido
transitar de la ficción al documental con ejemplos como Relámpago sobre agua, Buena Vista Social Club, Pina o La sal de la tierra. Pero el 6 de abril estrenará en
España una nueva ficción, Inmersión, que ha
recibido críticas desiguales en Cannes. Narra una historia de amor que
transcurre durante una semana entre una biomatemática especializada en los
fondos marinos (Alicia Vikander) y un ingeniero hidráulico (James McAvoy). Ese
encuentro es narrado en sucesivos flashbacks por
sus protagonistas: una, embarcada en un peligroso viaje científico; el otro,
secuestrado en Somalia por terroristas yihadistas que han descubierto que es un
espía. Y por encima de todo sobrevuela el ritmo narrativo de Wenders, que no es
el predominante en el cine actual.
¿Inmersión está conectado
con trabajos previos suyos?
Puede que con Tierra de abundancia… y, si acaso, con El amigo americano, porque su semilla es una novela. En
realidad, siento que piso territorios desconocidos y por eso me embarqué en Inmersión. A la vez que me llevaba a un
territorio inexplorado, sentía que hablaba directamente a mi corazón.
Con Tierra de abundancia comparte
su necesidad de decir algo sobre la realidad social.
En aquel caso, sobre
un Estados Unidos en guerra. En este, sobre el terrorismo. Correcto, y puede
que Tierra de abundancia contenga más furia que Inmersión porque en aquel tiempo estaba muy enfadado
con la política estadounidense. En Inmersión nos
centramos en un problema que supera lo nacional, el terrorismo, y lo hacemos
desde la ficción, no desde el documental. Porque así tienes más libertad al
abordar el tema. Puedes usar actores, música, en fin, contar una historia, no
te constriñes a la realidad. Como un pintor o un arquitecto, posees
herramientas que te otorgan un vuelo… que a veces no se alcanza con el
documental.
Puede que Tierra de abundancia,
con su reflexión sobre la falta de cultura en EE UU, el patriotismo exagerado,
la desilusión que puede suponer vivir en un país así, sea más actual hoy que
cuando la estrenó.
Puede, porque llegó demasiado
pronto. Estrenamos muy pegados al 11 de septiembre de 2001 y fue muy mal
interpretada. Cosas de la vida [risas].
Y aquí ha apostado por que sea una
historia de amor la que guie la narración, antes que el mero drama social.
Es que no sé cómo podría
haber afrontado tanta oscuridad en la película sin la historia de amor. Las
sombras que rodean a James en su viaje a la yihad en África son tan espesas que
necesitaba la luz del romance. Creo que Martin Luther King llevaba razón. “La
oscuridad no se puede expulsar con más oscuridad; solo la luz lo logrará”,
decía, y por eso hemos ido por ahí. He aprendido que no se puede soltar
sermones desde la pantalla, que la película debe revelarse al espectador por sí
misma. Y más cuanto más complejo es lo contado. Creo que falta reflexión en el
cine actual, y desde luego para casos como el que mueve Inmersión, que mezcla la investigación sobre el inicio
de la vida en la Tierra y la muerte que acompaña al ISIS, necesitamos algo de
filosofía.
¿Europa no sabe cómo encarar el
problema del ISIS?
La cultura occidental
falló ya hace años, y el ejemplo es el recibimiento que tuvo Tierra de abundancia, estrenada en un momento crucial,
cuando se declaró una guerra al terrorismo que solo logró crear un nuevo
terrorismo. Occidente provocó el nacimiento de terroristas allí donde no los
había. Empezamos con el paso equivocado y seguimos bombardeando por bombardear,
como si fuera la solución. Vivimos el triunfo de la vanidad, de la creencia de
que nuestro pensamiento es el único posible. Vale para todos los campos.
¿No siente que se desvanece también la
política cultural europea?
Estamos luchando
denodadamente por ella. Es un problema de educación. Si seguimos sin enseñar
cine o lenguaje audiovisual, nos perderemos como cultura y como personas,
porque nadie nos educa a ver imágenes.
Otros artistas mutan su pensamiento con
los años, pero usted no parece haber cambiado en su interior. Al menos eso se
intuye viendo su cine.
No creo que una
persona cambie al hacerse cineasta y, desde luego, según transcurre una
carrera. Yo sigo con mi naturaleza optimista, por ejemplo. Incluso cuando filmo
temas muy controvertidos o escabrosos, me niego a ser tragado por la oscuridad.
No es saludable vivir de la otra forma. Yo me dedico a hacer mis películas lo
más abiertas posibles y a aprender en el proceso de su realización. En este
caso, sobre la vida marina y la yihad. Dirigir es un estupendo modo de aprender
y de compartir lo aprendido.
¿Piensa mucho en qué hubiera pasado con
usted si llega a convertirse en pintor en París, como ansiaba de joven?
Hubiera llevado una
vida muy distinta, desde luego. Tengo muchos amigos pintores y suelo ir a sus
estudios. Por un lado, me provoca cierto dolor, porque es la vida que escogí no
vivir y a veces me arrepiento. Por otro, soy feliz con lo que hago y ya sé que
las películas beben de la pintura. En Inmersión me he
permitido un pequeño homenaje a mi pintor favorito, Caspar David Friedrich.
Pero ¿fue una decisión consciente o un
cambio gradual el que le llevó de la pintura al cine?
Ocurrió poco a poco.
Al principio para mí el cine fue una manera distinta de acercarme al arte.
Cuando empecé, se estudiaba sobre todo los movimientos de cámara. Y desde luego
muchos usaban la cámara como un pincel. Yo mismo comencé con un cine no
narrativo, más cercano a la pintura, y lentamente descubrí el arte de contar
historias, lo que gradualmente me alejó de la pintura. Fue un proceso que duró
un lustro y hasta mi cuarta película aún pensaba en retornar a la pintura.
Y así entró en el grupo del Nuevo Cine
Alemán, con Fassbinder, Von Trotta, Schlöndorff o Herzog. Por gustos, usted era
el más afín al cine americano y, por tanto, el bicho raro.
Cuando creces, lo
haces dentro de la tradición. Werner Herzog lo hizo pegado a Murnau y a un cine
romántico. Fassbinder venía de Douglas Sirk, del melodrama. Y yo encontré mi
tradición en el clásico americano, en John Ford, Nicholas Ray, Howard Hawks,
Samuel Fuller… Y tuve la suerte de conocer a algunos de mis héroes. Pero todos
tuvimos claro desde el principio que esto no era una limitación, sino un punto
de apoyo desde el que encontrar nuestro lenguaje. Y la belleza del Nuevo Cine
Alemán es que no éramos una escuela estética, en realidad es que no defendíamos
ningún estilo en común, y eso nos ayudó a ser felices, porque no competíamos
entre nosotros. Compartíamos distribuidoras, incluso productoras… Nos dimos
cuenta de que entendíamos el cine como un acto de solidaridad y, por tanto, no
había interferencias, solo ayuda. A nadie le asustaba mostrar tu película al
resto y escuchar los comentarios. Hoy triunfa la competición y es improbable
que se dé un grupo así entre gente joven. Solo podíamos existir porque existían
los otros.
Usted disfrutó de una provechosa y
fructífera colaboración en aquellos años con el escritor Peter Handke. ¿Qué
recuerda de esa etapa?
Es mi más antiguo
amigo. Nos conocimos hace más de medio siglo. Le enseñé mi primer corto y me
ofreció un libro suyo, que entonces era un superventas, para que lo llevara al
cine. Así de sencillo. Empezamos a colaborar [Wenders recita de carrerilla los
numerosos proyectos en común], yo he producido las películas que él ha
dirigido. En fin, es mi hermano.
Y tras mucho tiempo sin películas en
común, se reunieron hace dos años en Los hermosos días de Aranjuez.
Sí. Peter es dos años
y medio mayor que yo y siempre me ha enseñado cosas. Una de las primeras fue
que puedes hacer lo que quieras si confías en ti mismo y eres radical. Y Peter
lo era mucho en sus inicios. Mis primeras películas también lo eran. Y,
sinceramente, no sé hasta dónde hubiera llegado sin su ayuda ni sus guiones.
¿Era un buen momento para ser joven y
cineasta?
En mi opinión, el
mejor. Porque yo trabajé con gente que había empezado en la era del cine mudo,
que habían empezado en los años 20 y ahora me dedico a hacer documentales en 3D
En fin, he tenido una gran suerte en ver estos cambios, en usarlos. En los setenta
y ochenta la juventud cambió el cine, cierto. Pero también teníamos un acceso
fácil a los clásicos. En el año que estudié en París vi 2.000 películas, y
aprecié la herencia que me podía impulsar al futuro. Hoy desde luego es más
complicado, no les envidio.
Usted siempre ha honrado a otros
artistas: pienso en películas como Pina, sobre la coreógrafa Pina
Bausch, o Tokyo-Ga, sobre Ozu. Ha logrado que grandes directores
aparezcan en sus filmes como actores.
En realidad la suerte
no fue hacer cine con ellos o sobre ellos, sino conocerlos. Yo he recibido
grandes regalos de otros artistas como cineastas, escritores, arquitectos…
Músicos.
Efectivamente,
músicos más que otros. De Pina aprendí más de la belleza que todo el cine que
he visto junto. El cine es el resumen de todas las artes… Compartir una pasión
es una excelente razón para hacer una película.
Supongo que es doloroso ver cómo
fallecen esos homenajeados. Y no puedo seguir sin preguntarle por Harry Dean
Stanton y Sam Shepard, actor y corazón de París, Texas, o el músico
Ibrahim Ferrer, cuya muerte también fue un duro golpe para usted.
Fui testigo de la muerte de Nicholas Ray. Sufrí con la desaparición
de Ibrahim y Harry Dean, y era muy amigo de Lou Reed. Me hago mayor, pierdes a
tus amigos… Viví unos días maravillosos en el rodaje de Buena Vista Social Club, con aquellos músicos
setentones… Compay ya superaba los ochenta. Poco a poco descubres que nunca
estarán siempre contigo. Tres años después del rodaje del documental volví a
rodar un anuncio de ron, y al entrar en mi habitación había un enorme ramo de
rosas. Bajé a recepción porque pensé que se habían equivocado al darme la
habitación. Me dijeron que no, que el ramo era para mí, a pesar de que yo creía
que nadie sabía que estaba en La Habana, y descubrí una nota entre las flores.
Era de Compay Segundo, donde decía que había pasado conmigo el mejor momento de
su vida. Y mira que era viejo [sonrisa]. Pero con Sam [Wenders para y se le
escapa una lágrima]… Era demasiado joven, tenía tanto por ofrecer [el director
esconde su rostro tras una taza de café].
Volviendo a la música, ¿sigue
escogiendo los CD que mete en la maleta antes que la ropa?
Peor aún, llevo un
disco duro con 28 días de música… Ya no necesito compactos.
¿Y elige o deja que suene al azar?
Le cuento mi secreto.
Empecé recopilando la música que tenía y me superó la tarea. Así que comencé a
calificar los discos de una a cinco estrellas y logré un sistema en el que solo
los álbumes de cinco estrellas entraran en ese disco duro.
Pues ahora ya ocupa 28 días…
Y por eso tengo otro
problema. No sé qué hacer. Yo lo pongo al azar y que suene lo que sea.
Ry Cooder cuenta que nunca habría sido
quien es si usted no le hubiera contratado cuando era casi un desconocido
para París, Texas.
Por suerte, yo tuve
mucha libertad en aquella película. Le quise contratar tres años antes,
para El hombre de Chinatown, pero acababa de publicar su primer
álbum y los estudios lo rechazaron. Le prometí que en cuanto pudiera le
ficharía. Nuestro respeto es mutuo. París, Texas no
hubiera logrado el éxito que obtuvo sin la música de Ry. Le voy a contar una
historia. Harry Dean Stanton era un buen músico y estupendo cantante. Le
gustaba interpretar canciones mexicanas. En el rodaje de París, Texaspor las noches nos las cantaba en el bar.
Un día Harry me dijo si no creía que la película no necesitaba un tema así, y
me pareció una brillante idea. Así que versionó ‘Canción Mixteca’ y la grabamos
al final de la producción. Estrenada la película, Ry Cooder se fue de gira y en
sus primeros tres conciertos en Europa apareció Harry, que se había pagado el
viaje, para tocar con él. A la cuarta me llamó Ry y me pidió que hiciera algo.
“Amenaza con seguirme todo el tour, y es un tipo
entrañable, pero es que se cree que es parte del show”. Al final la cosa se acabó cuando Ry viajó
hasta Japón.
También es muy amigo de Nick Cave…
Sí, es un tipo
estupendo. Se ha convertido en [le da la risa] el Frank Sinatra de nuestros
tiempos. Posee un talento para la composición y una voz que es la de toda una
generación. Seguiré colaborando con él todo lo que pueda. Como escritor de
novelas es asombroso en su uso de los tonos.
Para ser un apasionado de la música, su
cine está repleto de silencio.
El silencio se ha
convertido en uno de los grandes privilegios de los cineastas actuales. Hay que
luchar por él. Hace que el espectador se concentre en lo que ve. La tecnología
va en sentido contrario, prima que cada vez el cine se oiga más fuerte.
¿Podemos hablar más de París,
Texas?
Sé que esa película
es muy popular en España. En realidad, es un fenómeno extraño. Hay filmes que
se estrenan en su momento exacto, y eso pasó con París, Texas. A mí me ha ocurrido un par de veces más,
con Cielo sobre Berlín y Buena Vista Social Club. A veces las películas se
estrenan demasiado pronto o demasiado tarde, y no es tu decisión. Llámalo
destino, suerte, como quieras… Harry Dean Stanton estaba en su momento
perfecto, era el primer guion de Shepard… Nastassja estaba en el culmen de su
carrera, y Ry estaba dispuesto a demostrar su valía. Yo lo único que podía
hacer era no cagarla, y lo logré. En cambio, nadie hizo caso a Llamando a las puertas del cielo, y mira que estaban
bien Sam Shepard y Jessica Lange.
¿Va a seguir rodando en 3D?
Cuando lo necesite,
seguro. Es un medio muy interesante, pero está siendo usado de forma miserable
y están agrandando su mala reputación. Quise rodar Inmersión en 3D, pero no me dejaron. Me siento
como un lobo solitario aullando a la noche: “¡Dejadme filmar en 3D!”.
¿No es curioso que haya sido tres veces
candidato al Oscar y las tres por documentales?
¿Qué puedo hacer o
decir? Así es la vida. París, Texas fue
comprada para Estados Unidos por Twentieth Century Fox y prepararon un
lanzamiento inteligente, con el objetivo incluso de lograr varios oscars, sobre todo pensando en Harry Dean Stanton. Y en
tres semanas cambió desde la cúpula directiva hasta el recepcionista. Los
nuevos ejecutivos no querían saber nada de las intenciones de los anteriores, y
no hicieron ni una proyección para los académicos ni pusieron un anuncio. A
Harry le rompieron el corazón.
¿Ha podido controlar su carrera?
Siempre he hecho lo
que he querido. Lo aprendí de mis colaboraciones con Coppola y su estudio
Zoetrope. Viendo la locura que rodeaba a Francis, comprendí que aquello no era lo
mío y que debía mantenerme en películas que yo controlara.
Y ahora está filmando al papa
Francisco.
Empezamos a colaborar
en su primer año de papado. Nos vimos cinco veces, y cada encuentro duraba
medio día. He visto miles de horas de imágenes de sus viajes y he rodado mucho
con él. La verdad es que hemos ido acercándonos, aunque esta no va a ser una
película biográfica. Lo que me interesa es lo que cuenta, me estoy centrando en
sus ideas, en su coraje en devolver a la Iglesia a sus orígenes, a sus preocupaciones
por la pobreza, los refugiados, la naturaleza, el diálogo entre religiones. No
son ideas nuevas, vienen de alguien de quien ha escogido el nombre, Francisco,
un legado enorme procedente de alguien que fue un revolucionario. Y creo que el
papa Francisco también lo es.
(El País / 2-4-2018)
(El País / 2-4-2018)
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